sábado, 25 de octubre de 2008

EL COMPORTAMIENTO EN LA CALLE

Otra de las primeras enseñanzas que deben impartirse a nuestro joven perro es la absoluta obediencia a la llamada del amo. El cachorro en la calle pronto comienza a corretear, a seguir a determinadas personas e, incluso, a intentar jugar con otros congéneres. Las ordenanzas municipales, en casi todos los países, exigen que los perros siempre caminen sujetos por la trailla que debe portar su amo. Sin embargo, y aunque esto sea lo preceptivo y deseable con animales adultos, al pequeño debe habituársele a bajar suelto, pero sin despegarse del costado izquierdo de su amo. Esta lección, no siempre fácil de aprender, deberá ser impartida en cada uno de nuestros paseos, castigando sin dureza y alabando efusivamente los aciertos de nuestro joven amigo. Este tipo de educación primaria debe combinarse con la automática respuesta a la llamada. En este punto de educación, el carácter del animal juega un papel muy importante, hasta el punto de que muchos ejemplares aprenden casi solos y otros, los distraídos, se empecinan en hacer caso omiso a la llamada del amo y sólo vuelven cuando quieren. Una característica primordial que debe considerarse casi regla de oro es no pegar nunca al animalito ni regañarle cuando se aproxime a nosotros, por más que lo haga, tras largo rato de huida. Muy al contrario, debemos halagarle y estimularle cada vez que decida volver con el amo.

El comportamiento de huida o desobediencia a la llamada provoca, y lo decimos por experiencia, en el propietario un sentimiento de rebeldía y frustración que hemos de dominar a toda costa. ¿Cómo hacer volver a un perro que se marcha y no atiende a nuestra llamada? En primer lugar, nunca deberemos correr hacia él, ni perseguirle.

El mejor sistema es el desprecio aparente y volver sobre nuestros pasos dando la espalda al animalito, claro que a veces, el cachorro se entretiene y despista durante largo rato antes de darse cuenta que está solo. En este momento, al pequeño rebelde se le cae, literalmente, el mundo encima, gime, trota buscando desesperadamente a su dueño entre los paseantes y asocia el mal rato con la travesura cometida. Este lapso de tiempo debe ser cubierto por un amigo, desconocido para el perro, que tenga siempre localizado al animalito. De esta forma, repitiendo el tratamiento si es necesario, suele conseguirse, cuando menos, que el perro no nos pierda de vista y acuda en el momento en que aparentemente le demos la espalda. La obediencia a la llamada en los ejemplares que de forma regular tienen el comportamiento antedicho, deberá ser resuelta en el adiestramiento específico con ayuda de un profesional.

La conducción del perro con correa es otra de las primeras fases de educación básica. La trailla puede ser metálica, con manija de cuero suave o de cuero liso o trenzado, aunque modernamente se utilizan otras de fibra sintética que pueden alargarse a voluntad y pueden ser recogidas poco a poco mediante un ingenioso mecanismo. No obstante, somos más partidarios de los modelos clásicos, sobre todo si han de aparejarse a perros gran tamaño. El animalito debe ir a la parte izquierda de su conductor, adaptándose al paso del amo, sin dar tirones ni frenazos bruscos, ni, por supuesto, arrastrar al amo.

Muchos animalitos comprenden desde cachorros lo que su propietario espera de ellos y se adaptan maravillosamente a la correa y al collar, pero otros, tercos y nerviosos, se obstinan en ser ellos los que saquen a pasear a sus dueños y no a la inversa. Tener un perro de esta índole se convierte en un peligro físico y en una auténtica tortura. Los paseos no son ratos agradables, obligaciones enojosas y forcejeantes. Hay tener muy en cuenta, en contra de la opinión generalizada, que este molesto defecto no se corrige sólo con la edad y, muy probablemente, sólo podrá agravarse llegando a ser consustancial con el can.

La corrección y perfeccionamiento del paseo del perro sujeto con la correa debe iniciarse desde los cinco o seis meses de edad del animalito, utilizando, si fuera preciso, collares de pasador que asfixian al cachorro cada vez que tira indebidamente, pero el mejor sistema es el papirotazo en el hocico con el periódico, a la vez que se pronuncia un no brusco, pero no estentóreo. Cuando el perro vuelva a dar un tirón se insiste en la voz no con otro papirotazo fulminante. Los pasos correctos al aire del amo se deben premiar con palabras cariñosas y palmaditas suaves. De esta forma, con paciencia, pero sin ceder en ningún momento, se logrará un adiestramiento básico de convivencia, que hará de nuestro animalito un ser querido con el que estaremos deseando compartir el menor rato libre y que, si lo deseamos, podremos someter a una educación más refinada, a un bachillerato que lógicamente deberá impartir un adiestrador experimentado.

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