sábado, 25 de octubre de 2008

DISCIPLINAS COMPLEMENTARIAS

La dedicación, las aptitudes inherentes a cada perro y las largas jornadas de aprendizaje hacen de los animales adiestrados auxiliares muy valiosos y a veces insustituibles, y que, además del alto precio que alcanzan, consiguen un afecto que no tiene tasación, por parte de sus propietarios. El envenenamiento de los perros guardianes o su inutilización con anestésicos administrados por vía oral es una práctica común de determinados delincuentes, que así pueden, sin trabas, acceder al interior de las viviendas para satisfacer sus poco lícitos fines.

¿Cómo puede envenenarse a nuestro ladrador guardián? La estricnina, el cianuro o cualquier otro tóxico envuelto en carne picada o queso y lanzados al interior del jardín o de la propiedad serán, en la mayoría de las ocasiones, glotonamente devorados por los canes que a los pocos minutos habrán fallecido o estarán inutilizados para la misión que les había sido encomendada. La aceptación de alimento sólo por los dueños o las personas conocidas del perro es una fase del adiestramiento que exige una contrapartida importante de los propietarios: la obligación de no separarse del perro ni siquiera en períodos de vacaciones, o asegurarse que siempre habrá una persona del círculo, aceptado por el can, que pueda ofrecerle la comida.

Este tipo de lecciones muy específicas ha de ser meditado muy concienzudamente, ya que el animal es capaz de dejarse morir de hambre antes de contravenir las enseñanzas recibidas, y un capricho inconsciente podrá hacer peligrar la vida de nuestro leal y fiero amigo.

Suponiendo que aceptamos la obligación de no separarnos nunca de nuestro guardián, la mecánica de la habituación a no comer nada que no le haya sido ofrecido por sus amos es relativamente sencilla, y puede comenzar a partir de los cinco, seis o siete meses de edad del cachorro. Para este tipo de clases necesitaremos la ayuda del veterinario que, en función del peso vivo del animal, nos preparará o recetará heméticos violentos poco odoríferos, para que no sean detectados por el olfato del can. Una vez preparadas las raciones purgantes o desagradables, se encapsulan con gelatina de repostería, utilizando guantes esterilizados de un solo uso. Posteriormente, con la gelatina fría se recubren aquellos alimentos más apetecidos por nuestro perro: carne picada, queso fundido y chocolate, por ejemplo; formando bolas de unos 7 u 8 cm. de diámetro aproximado.

Unos días antes de comenzar estos tratamientos, habremos de regularizar al máximo las horas de comida del alumno, y ofrecerle el alimento en el mismo recipiente y sujetándole por el collar hasta que digamos la orden: come, en tono muy suave y acariciante. En ese momento se deja libre al animal para que pueda ingerir el alimento. Cuando termine, tanto si ha acabado con la ración como si le sobra algo, se retirará el recipiente y sólo volverá a ofrecérsele a la hora acostumbrada. Para empezar la segunda etapa necesario recurrir a la ayuda de amigos y vecinos poco o nada conocidos por el perro y que nunca puedan, eventualmente, cuidar de él ni en ausencia de sus propietarios. Estas personas ofrecerán los cebos previamente manipulados que, sin duda, el perro aceptará glotonamente. En ese instante, el amo debe reconvenir al animalito con un enérgico no, seguido del nombre del can. Esta advertencia, que no será escuchada, estará seguida de la detección de la sustancia desagradable o vomitiva, ya en las fauces del perro, y bastarán dos o tres experiencias de esa índole para que no vuelva a comer nada que no le sea previamente ofrecido por sus amos.

Tras estas enérgicas tretas, ha de dejarse descansar unas semanas al animal, probándole de tarde en tarde con el mismo sistema y pasando último peldaño en la especialidad: la no ingestión de comida encontrada en el campo. Para esto se requiere un jardín o frecuentar espacios abiertos y dejar estratégicamente los cebos esparcidos en lugares señalados para posteriormente recogerlos y destruirlos.

Las enseñanzas pueden agudizarse recurriendo a las tentaciones, después de tener un día sin comer al perro. Periódicamente, con una frecuencia no inferior al mes, deberán de reproducirse estas circunstancias, que nos asegurarán un compañero guardián insobornable a los halagos y al alimento.

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